«Desde siempre los hombres han encontrado formas reconocibles en las nubes, figuras aproximadas, aunque el que las reconocía no siempre hallaba consenso en los demás, y si quería que compartieran su visión debía describirla señalando con el dedo: eso es la cabeza, por ahí sigue el cuerpo, ésa es la cola… ¿no lo ven? Un Cocodrilo. Y los otros, lejos de mostrarse convencidos: no, es un barco. O: es una taza de té con un platito. Es un hombre, un Hércules con la maza. Es un zapato. Podía ser cualquier cosa. La realidad siempre es figurativa, desciende de las nubes, se derrama sobre el mundo como el sueño se derrama sobre la vigilia. Es una nube. Es el bello ser flotante que no tiene prisa, el fantasma de todo lo demás, la cosa que no es una cosa, hecha de ilusión. En su lentitud, es el instante. El registro sublime de la pérdida de tiempo.
»Lo que nadie sabía era que estaban viendo el reverso de las formas de las nubes. Del lado de arriba, invisible desde tierra, estaban las verdaderas figuras que formaban, y con ellas no había dudas ni discusiones porque su acabado era perfecto, hasta el menor detalle. Si era un cocodrilo, cada escama de su cuerpo terrible, y cada diente visible en la boca entreabierta. Si un galeón, su mascarón de proa, el castillo de popa, las velas hinchadas. ¿Un bebé durmiendo? Las formas divinamente redondeadas de sus pequeños miembros, las manitos regordetas, y hasta la sensación de paz que sólo a esa tierna edad se le concede al hombre. Y no se quedaba ahí: un gran nubarrón, de los que cubren todo el cielo, informe y oscuro, del lado de arriba es una ciudad blanquísima completa con sus casas, iglesias, plazas con palmeras, calles y monumentos. Todo en el blanco más brillante, el rayo del Sol sin obstáculos encendiendo cada diminuta gota de vapor, un mármol impalpable. Un perrito de un kilómetro de largo. Un piano que nunca sonará. Un soldado que no matará a nadie.
»Lo que se veía desde tierra era la espalda sin desbastar de esas maravillas, como si el artista divino hubiera tomado su material por el lado luminoso y hubiera dejado el otro lado como estaba. No pensó en el público que podía admirar su maestría, como el verdadero artista que honra a su arte sin buscar el aplauso o la recompensa. Salvo que ese artista no existía, con lo que el corolario sería que el artista verdadero no existe. El artista existente siempre tiene algo de falso artista en la aleación que lo constituye".
»En cuanto a los hombres, los que alzaban la vista al cielo y descubrían formas aproximativas en las nubes, deformes, informes, creían que ahí tenían toda la poesía y la belleza que podía ofrecerles la Naturaleza. Se conformaban, por ignorancia, y las encontraban bellas, inspiradoras, hasta maravillosas.
En El jardinero, el escultor y el fugitivo
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