Puedo ver desde aquí la ciudad que destella
en el llano; sus columnas de humo
se levantan hacia el cielo como espejismos. Estoy
mirando, y a mis costados, la Voz
escribe sus promesas en letras
que fluyen de su aliento de fuego.
«Ahí está la ciudad prometida, a la que nunca
llegarás». Ahora siento mis propias
lágrimas, y el viento que golpea,
árido, mis mejillas. Moriré.
1968
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