Nada de música antes, durante, después de la incineración.
Ni siquiera una cigarra suspendida en una jaula.
Si entre los asistentes alguno empieza a llorar o llega a sonarse, todos sentirán desazón y la desazón será más grande por no estar disfrazada por la música. Me disculpo ante quienes me sobrevivan por la desazón en que los habré colocado, pero prefiero esa molestia a la música.
Ningún tarabustis.
Ningún rito será observado. Ningún canto se elevará. Ninguna palabra será pronunciada. Nada de reproducción electrónica de lo que sea o de quien sea. Nada de abrazos, de gallos sofocados, de religión, de moral. Ni siquiera los gestos usuales.
Se me habrá dicho adiós si se ha callado.
En El odio a la música