4 mar 2020

Jean Cocteau - Sorpresas del tribunal de Dios


Jean Cocteau - Sorpresas del tribunal de Dios


Una niña roba unas cerezas. Se pasa toda su larga vida redimiéndose de esa falta por medio de oraciones. Muere la devota. DIOS: Serás una elegida porque has robado unas cerezas.

La historia de la higuera, a la cual pide Jesús, hambriento, higos en la época en que no los tiene, y de la cual se venga.

Jesús va a morir. Le quedan unos días. No habla ya; cuenta sus gestos. Su gesto fulminando el árbol inocente al cual pide lo imposible, exige ser comprendido como las obras que parecen oscuras porque son concisas. No tiene nada que ver con la absurda voluntad arbitraria de los reyes.

Habría que acabar con la leyenda de las visiones del opio. El opio alimenta un semiensueño. Adormece lo sensible, exalta el corazón y consuela el ánimo.

A menos de emborracharse como con cualquier otra cosa, no le encuentro ninguna virtud sacrílega. Su único defecto es hacer enfermar a la larga. Pero ocurre a veces que se contagia uno de la muerte en la iglesia.

Si el camino de la iglesia hasta Dios es recto, recomiendo el de Chablis, siempre vacío, en una noche de Nochebuena.

LOS DESIGNIOS DE MI PLUMA.

LOS OSCUROS DIBUJOS DE LA PROVIDENCIA*

Un espíritu puro no puede ni empezar ni acabar, y no se transforma jamás. La caída de los ángeles es, pues, insensata. Quiero decir que carece de sentido en la medida en que evoca films proyectados al revés. El diablo representa en cierto modo los defectos de Dios. Sin el diablo Dios sería inhumano.

Hay diablos de San Sulpicio.

Quincey me asombra cuando habla de sus paseos y de sus sesiones de Ópera. Porque basta con un cambio de postura, con una luz, para destruir el enorme edificio de calma. Fumar con dos es ya mucho. Fumar con tres es difícil. Fumar con cuatro, imposible.

Asqueado por la literatura, he querido superar la literatura y vivir mi obra. Ello hace que mi obra me coma, que empiece ella a vivir y que yo muera. Por lo demás, las obras se dividen en dos categorías: las que hacen vivir y las que matan.

Un día, uno de nuestros escritores a quien reprochaba yo que escribiese libros de éxito y que no se escribiese él nunca, me llevó ante un espejo. «Quiero ser fuerte —dijo—. Mírese usted. Quiero comer. Quiero viajar. Quiero vivir, ¡no quiero convertirme en una estilográfica!».

¡Una caña pensante! ¡Una caña doliente! ¡Una caña sangrante! Eso es. Llego, en suma, a esta comprobación siniestra: por no haber querido ser un literato, uno se ha convertido en una estilográfica.

Los nerviosos (normales) se apagan de noche. Los nerviosos (opiómanos) se encienden de noche.

Aquí, cualquier libro es bueno para mí, con tal de que las enfermeras me provean de ellos. Leía yo EL HIJO DE ARTAGNAN de Paul Féval, hijo. Athos y el hijo de Artagnan se encuentran cara a cara, de repente. Lloro. No siento ninguna vergüenza de estas lágrimas. Después encuentro esta frase: «El rostro ensangrentado estaba cubierto por una máscara de terciopelo negro, etc».

¿Cómo? ¿El barón de Souvré, después de sus luchas y sus baños, todavía con su máscara? Naturalmente. Souvré lleva una máscara de terciopelo negro. Ése es su personaje. Ése es el secreto de la grandeza de FANTOMAS. A los autores épicos les cohíben tan poco los postizos y las fechas falsas como a Homero la geografía y las metamorfosis.

No hay que curarse del opio, sino de la inteligencia. Desde 1924, sólo conservo mis trabajos de prisionero.

*Epígrafe paradójico de Cocteau, jugando con el orden y el sentido habitual de desseins = designios y dessins = dibujos, contrapuestos aquí y que suenan en francés casi lo mismo. (N. del T.)

En Opio

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