2 feb 2020

Juan Carlos Onetti - Carta a Cortázar


Juan Carlos Onetti - Carta a Cortázar
Julio Cortázar y Juan Carlos Onetti

Después de varios intentos acepté mi congénita incapacidad para escribir críticas en materia de literatura. Terminé por decirme que escriban ellos. Y es seguro que en este número de justo —ya era imprescindible— homenaje que dedica Cuadernos Hispanoamericanos a Julio Cortázar habrá muchos de ellos y un alto porcentaje de estudios estructuralistas, considerando que la moda aún no ha muerto y que permite pasar momentos felices a los lectores.

De manera que sobre Julio sólo puedo escribir una carta amistosa como contribución humilde al homenaje; y una carta breve, historieta con obligadas pausas a pesar de la sinceridad mutua.

Cuando vi a Cortázar por primera vez en Buenos Aires, desconfié. No por opiniones políticas, en las que coincidíamos; no, tampoco, por una subterránea riña amorosa, de la que luego él salió triunfante en París, dejándome la resobada tristeza de una letra de tango.

Desconfié porque yo era arltiano y él parecía un brillante delfín de la revista Sur. Había publicado, Cortázar, un libro llamado Los reyes, que él sigue defendiendo y yo, a esta altura, no.

Pasaron años y Cortázar, no sé si en París o Buenos Aires, publicó un libro de cuentos, varios libros, que me deslumbraron y siguen haciéndolo cada vez que los releo. Y son muchas veces. Después, sin aviso previo, apareció Rayuela. Ahí Cortázar se descolocaba y colocaba. Se descolocaba de la tradición novelística de nuestros países, aceptada o robada de lo que se escribía en España o Francia. Su actitud resultó escandalosa para infinitas momias, rechazo que no lo conmovió porque deliberadamente se trataba de provocarlo. Y el autor se colocaba, sin buscarlo, sin buscar nada más o menos que un entendimiento consigo mismo, al frente de una juventud ansiosa de apartar de sí tantos plomos, de respirar un poco más de oxígeno, de entregarse con felicidad a la zona lúdica y sin respuesta satisfactoria de su propia personalidad.

Claro, Julio, que las momias lo siguen siendo —aunque a veces se desembaracen de algunas escasas vendas— y la literatura nuestra necesita muchas e imprevisibles Rayuelas.

Pero recuerdo que se trataba de una simple carta, que pisé terreno resbaloso y que me acaban de anunciar que el poseedor de más de veinte títulos encomiásticos que las legiones de cobardes y adulones acercan al patrón, poseedor además de millones de dólares robados con astucia o brutalidad, ha sufrido un leve infarto en Paraguay, la hermética.

Ahora pienso sin remedio en otra dimensión de cosas y me despido de ti con el abrazo que sabemos reiterado, aunque pasemos otros años sin vernos.

Juan C. Onetti
Septiembre 1980
  

P. S. Gracias por tu última carta; era tan buena, que quedó sin respuesta.

En Artículos 1975-1992

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